La representación política debe ser equivalente a la responsabilidad.
Al igual que un abogado con poderes nos gestiona los asuntos jurídicos y responde ante nosotros por sus acciones, el representante político tiene que responsabilizarse de sus acciones ante los electores de su distrito. Para que esto sea posible orgánicamente, tiene que haber un solo representante elegido por voto mayoritario a doble vuelta.
Para determinar la responsabilidad a la que me refiero, tiene que haber una correspondencia biunívoca entre responsabilidad del electo y su gestión política para el territorio en cuestión (distrito).
De esa manera la responsabilidad de cara a los electores quedaría clara para su elección, renovación o revocación.
Y para que se de esa relación, las candidaturas tienen que ser uninominales, pues si son varios los elegidos, no existe esa relación y por tanto no se puede exigir esa responsabilidad institucional.
Esto es lo que ocurre en la partitocracia actual, pues son varios los diputados por distritos elegidos por voto proporcional, con distintos programas. No es menos cierto que los programas no se cumplen, sino que, al tratarse de varios, los ciudadanos no pueden ni tan siquiera fijar sus objetivos.
Muchos integrantes de las listas electorales son encasillados en estas, como se hacía en el caciquismo (de ahí viene e termino cuneros), en la posición calculada según la tendencia de votos, para garantizarse la plaza en las Cortes.
No hace falta que vivan ni tan siquiera que sean conocidos en el distrito electoral, pues no van a responder ni ha responsabilizarse ante sus electores. Están sometidos a disciplina de partido y por tanto solo responden ante estos, de sus acciones.
Los ingenuos ciudadanos que votan esta tomadura de pelo, luego se preguntan como es posible que candidatos acusados de graves delitos, como crímenes o corrupción, puedan volver a salir elegidos, incluso incrementando sus resultados anteriores.
No se dan cuenta que es la falta de libertad de poder elegir o deponer a los elegidos corruptos o criminales, lo que propicia esta aparente incoherencia.
Al ser varios elegidos por distrito, pertenecientes a distintos partidos, ¿a quien se pide la responsabilidad por la gestión o por las promesas electorales no realizadas? ¿Qué mecanismos tiene el ciudadano para corregir estas ineficacias políticas?
Solamente le queda votar en contra de su conciencia ideológica, viendo con impotencia como reproducen las mismas pautas y actitudes, propias de la partitocracia.
Sería muy diferente si los electores pudiesen elegir a distintas personas, dentro de las mismas tendencias ideológicas. Esto último se podría hacer, en parte, con las listas abiertas, pero no estaría garantizado el principio de responsabilidad.
En la democracia representativa, es fundamental la elección unipersonal tanto del representante de distrito, como del Jefe de Gobierno.
Este mecanismo garantiza, por si mismo, la proximidad y el conocimiento integro del candidato por el elector y que este pueda evaluar y calibrar su acción política actuando en consecuencia. Y elimina de un plumazo todas las reminiscencias caciquiles de este régimen que padecemos, acerca el político al ciudadano, clarifica los fines de aquel y garantiza la representatividad de la sociedad civil en la política mediante la suma de todos los representantes de los distritos en el Parlamento nacional.
También elimina las malas prácticas de este régimen y hace estériles las propuestas de reforma de la ley para corregirlas. Al tener que defender única y exclusivamente los intereses de sus electores, se acaban los traidores de la disciplina de partido (“tránsfugas”) y las coaliciones postelectorales para quitar el gobierno a las mayorías.
Con la responsabilidad como equivalencia de la representación, emerge la claridad, el sentido de la acción política y da al sistema eficacia y eficiencia; todo cuadra, como diría un castizo.
Esta es la única modificación de la ley electoral que un ciudadano libre, puede reivindicar. Todo lo demás (prohibición de coaliciones, porcentajes mínimos de votos, listas abiertas, etc.) es marear “la perdiz oligárquica” para que en el coto sigan cazando los de siempre.
A las pruebas me remito.