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miércoles, 13 de agosto de 2008

Por qué las democracias colapsan (i)

10:32 Posted by manulissen 1 comment

Artículo de ABRAHAM DISKIN, HANNA DISKIN y REUVEN Y. HAZAN aparecido en el International Political Science Review (2005), vol 26, no. 3, pp. 291 - 309.


Primera parte

La controversia sobre la estabilidad democrática

Hay un buen número de estudios empíricos comparativos sobre estabilidad democrática. La mayoría de ellos se han centrado o bien en la tradición político – institucional, o bien en la socioeconómica, pero no generalmente en ambas. Además, la mayor parte de la investigación habla de la transición hacia y la consolidación de la democracia más que de su estabilidad a largo plazo. Hasta el momento, ha sido escasa la investigación que uniera variables de ambas tradiciones y concediera importancia a la estabilidad democrática (Berg – Schlosser yDe Meur, 1994; Berg-Schlosser yMitchell, 2000, 2002; Gasiorowski yPower, 1998; Hadenius, 1994). Este tipo de estudios merece ser reconocido por su naturaleza y enfoque interdisciplinar y por sus descubrimientos relativos al impacto de un grupo de variables en las demás, pero todavía hay espacio para la expansión y el desarrollo.

Este artículo enlaza cuatro grupos de variables independientes para analizar la razón por la que los regímenes democráticos fracasan. El primer grupo está compuesto por variables de tipo institucional y evalúa elementos que varían desde el tipo de régimen hasta la concentración de los poderes en él. El segundo grupo incluye variables sociales y se centra en factores que van desde el trasfondo histórico del régimen democrático hasta los factores de tensión social. El tercer grupo comprende variables de mediación, centrados en la macro – política y los grupos sociológicos y muestran variables que van desde la naturaleza del sistema de partidos al nivel de estabilidad del gobierno y las coaliciones parlamentarias. El último grupo es de hecho una única variable, denominada “intromisión exterior”, que ha recibido escasa atención en el estudio de la estabilidad democrática, pero que ha demostrado ser fundamental. Las once variables incluidas en estas cuatro categorías se desarrollan a continuación.


Variables institucionales

Las cuatro variables institucionales utilizadas en este estudio incluyen dos que han recibido una atención sustancial en la literatura y dos que no. La primera variable examinada es el federalismo, que distingue entre sistemas de gobierno centralizados (Gran Bretaña), en un extremo, y gobiernos con una organización federal (Alemania) o semi – federal (Chipre antes de 1974) en el otro. Sostenemos aquí la hipótesis de que los estados federales son más propensos al colapso democrático que los unitarios. La introducción de un sistema federalista puede conducir a tensiones entre el “centro” y la “periferia” que pueden socavar la democracia, como ocurrió en la Guerra Civil americana. Esta hipótesis va en contra de la literatura sobre la relación entre esta variable y el colapso democrático. Por ejemplo, Lijphart (1984a, 1999) incluye el federalismo como uno de los elementos de contención de la mayoría que caracterizan su modelo consensual de la democracia. Desde su punto de vista, el federalismo es, entonces, propicio para la estabilidad democrática y no un factor peligroso (Lijphart, 1990). Diamond (1990), Diamond et al. (1995) y Horowitz (1994) se centran en la utilidad del federalismo en la distensión de conflictos étnicos y sociales, contribuyendo al desarrollo de democracias más estables en sociedades plurales. Hadenius (1994) no encontró una relación cuantitativa de valor entre el federalismo y la durabilidad de la democracia en países en desarrollo.

Una segunda variable a examen es el presidencialismo, que diferencia sistemas parlamentarios (caso de Italia) y sistemas presidencialistas y semi – presidencialistas (los Estados Unidos y Francia, respectivamente). El grueso de la literatura nos lleva a suponer que los sistemas presidencialistas y semi – presidencialistas son más propensos al colapso democrático que los parlamentarios. La razón estriba en la posibilidad de conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo. Esta variable ha generado toda una plétora de investigaciones, especialmente en la década de los 90. Por ejemplo, Stepan y Skach (1994) arguyen que el presidencialismo puede incluso impedir la consolidación de la democracia. El argumento más claro contra el presidencialismo fue presentado por Linz (1990, 1994). Entre los riesgos para la estabilidad de los sistemas democráticos presidencialistas, Linz incluye la rigidez, elecciones “de suma cero” y legitimidades duales – todas las cuales pueden minar la habilidad de producir compromisos, que son una necesidad básica para el sistema democrático. Horowitz (1990), Mainwaring (1993) y Shugart y Carey (1992), entre otros, han defendido el presidencialismo. El debate está lejos de asentarse, aunque la tendencia es favorable al parlamentarismo (Lijphart, 1991, 1995). Tres análisis recientes no han encontrado evidencias cuantitativas para apoyar a un régimen u otro (Power y Gasiorowski, 1997) o han acabado por situarse a favor del parlamentarismo (Hadenius, 1994; Przeworski et al., 1996).

La tercera variable institucional examinada es la proporcionalidad, que distingue entre casos de sistema electoral con una proporcionalidad baja (Canadá) y casos en los que se mantiene una alta proporcionalidad (Países Bajos). La literatura apunta a la hipótesis de que los sistemas proporcionales son más propensos al colapso que los que son menos. La influencia de la proporcionalidad, en todo caso, puede producir dos resultados contradictorios. Por un lado, una alta proporcionalidad puede expandir la fragmentación, aumentando así la fragilidad del sistema de partidos. Por otro lado, puede expandir la representación, conteniendo así los conflictos y evitando que salpiquen fuera del sistema. Mientras el debate sobre la proporcionalidad continua (Blais, 1991; Blais y Dion, 1990; Hadenius, 1994; Lardeyret, 1991; Lijphart, 1994, 1999; Sartori, 1994), la literatura cuenta con pocos exponentes que defiendan una alta proporcionalidad. Incluso los académicos a favor del sistema proporcional sugieren una versión moderada más que una radical. En este caso, son las consecuencias negativas de la alta proporcionalidad las que aparecen con más frecuencia en esta literatura.

La última variable institucional examinada es la debilidad constitucional (inestabilidad), que diferencia entre casos con una constitución estable (EEUU), demostrada por cambios constitucionales menores a lo largo del tiempo; casos donde se dan cambios demasiado frecuentes o profundos y generalmente inestables (Talidandia) y casos en los que hay una pérdida total de estabilidad constitucional (Israel). Sostenemos la hipótesis de que los sistemas con una estabilidad constitucional baja son más propensos al colapso democrático que aquéllos con una alta estabilidad. La razón es el marco normativo dentro del cual funcionan las democracias, es decir, los frecuentes cambios constitucionales podrían ser un indicador, no sólo una causa, de la inestabilidad democrática. Reglas de juego claras, sobre todo en tiempos de crisis, puede impedir que los enfrentamientos que socavan la democracia (Lutz, 1994). La cuestión de la estabilidad constitucional no ha sido considerada ampliamente en la literatura, pero sí tiene adeptos a ambos lados. Merkl (1993), por ejemplo, afirma que las constituciones flexibles son preferibles. Lijphart (1984a, 1990), por el contrario, postula que las constituciones rígidas bajo revisión judicial son parte de su modelo consensual, y sugiere este formato para las nuevas democracias.


Variables sociológicas

La mayor parte de la atención en la literatura se ha centrado en dos de las tres variables sociales. La primera variable es la fractura social, que distingue entre los países con pequeñas divisiones (Suecia) y aquellos con varias y profundas divisiones sociales (Líbano). La literatura apunta a la hipótesis de que los países con profundas o múltiples fracturas sociales son más propensos al colapso democrático que aquéllos con tenues divisiones o fracturas transversales. La teoría de Lipset (1959, 1960, 1994), de que las crisis transversales sirven para hacer una democracia estable está ampliamente aceptada. Dahl (1971), Horowitz (1994), Lijphart (1977) y Powell (1982) aportan más más detalles sobre la relación entre divisiones sociales y desarrollo democrático. Sin embargo, la literatura principalmente evalúa qué tipo de divisiones sociales, o la ausencia de ellas, conduce a una democracia más estable, mientras que nosotros estamos interesados en invertir esta relación para examinar la influencia de divisiones en la ruptura de la democracia.

La segunda variable es el mal funcionamiento de la economía, que distingue entre los casos con problemas económicos menores (Noruega) y aquellos con un peso significativo de los problemas económicos (Weimar en Alemania y un gran número de democracias en el mundo desarrollado). La mayor parte de la literatura nos lleva a la hipótesis de que los países con economías débiles o inestables son más propensos al colapso democrático que aquellos con economías estables. Przeworski et al. (1996, 2000) examinan los resultados económicos (es decir, el crecimiento, la ausencia de crisis, y la baja inflación) y la estabilidad de la democracia. Llegan a la conclusión de que la riqueza (un desarrollo positivo continuo de la economía) contribuye a la estabilidad democrática. Powell (1982) examina la relación entre la desigualdad económica y la violencia. Estos son sólo algunos de los estudios que miden los resultados económicos, no el desarrollo económico, y su relación con la estabilidad democrática. Lipset (1959), por ejemplo, mide los índices de desarrollo democrático (riqueza, industrialización, urbanización y educación) y afirma que, contra mayor es el desarrollo económico de una nación, mayor es la probabilidad de mantener un régimen democrático. Esta afirmación de Lipset ha sido confirmada por numerosos estudiosos que han llevado a cabo análisis multivariable, tales como Bollen (1979), Cutright (1963), Cutright y Wiley (1969), Lipset et al. (1993), y Olsen (1968) entre otros. La discusión entre estos estudiosos se refiere al tipo de relación, más que la existencia de dicha relación. ¿Es la relación lineal o no? (Bollen y Jackman, 1985) ¿Es la principal variable el desarrollo económico o la desigualdad de ingresos? (Hadenius, 1994; Muller, 1988, 1995).

Una tercera variable social, una historia desfavorable, es en realidad un conjunto de variables: se trata de los antecedentes democráticos del sistema sobre la base de su experiencia histórica, su cultura política, así como el grado de desarrollo de su sociedad civil. Se postula que los países con escasos o difusos antecedentes históricos (Perú y Turquía, respectivamente) son más propensos al colapso democrático que aquellos con una democracia histórica, cultural, civilmente sostenida por antecedentes (Suiza). La conexión establecida por Almond y Verba (1963) entre su versión preferida de una “cultura cívica” y la estabilidad de un régimen democrático es una de las más citadas referencias con respecto a esta variable, junto con Lipset (1960) y, más recientemente, Diamond (1993) y Putnam (1993). Huntington (1991) también ha extrapolado una relación entre la cultura y la democratización. Sin embargo, su trabajo, como es el caso de la mayor parte de la literatura en este campo, se refiere a la cultura como requisito previo para el establecimiento de la democracia (es decir, la democratización) y no para la estabilidad democrática. Inglehart (1988) llega a la conclusión de que existe una conexión entre el carácter cultural de la sociedad y la tendencia a adoptar instituciones democráticas. Diskin (2001) sostiene que "la historia favorable", en el sentido del desarrollo de la sociedad civil, como lo demuestra el papel del movimiento de oposición en Polonia y la incomparable contribución de la Iglesia católica romana, fue un factor importante de la revolución de 1989 en Europa oriental. Unos pocos estudiosos evalúan la pertinencia de las variables de trasfondo para la supervivencia de la democracia. Diamond et al. (1995), por ejemplo, encuentran una considerable evidencia de que las características de la cultura democrática están estrechamente correlacionadas con la estabilidad democrática. Weiner (1987) observa que el modelo colonial británico de “democracia tutelar” ha tenido más éxito que otros modelos coloniales en el mantenimiento de las instituciones democráticas en países de reciente independencia. Weiner, por tanto, considera que el marco institucional para la democracia, una vez instalado, ayuda a crear las condiciones necesarias para su propia persistencia. Daalder (1966) sostiene que un desarrollo democrático gradual, particularmente en relación con las actitudes de la élite y el crecimiento económico, es un requisito para la estabilidad democrática. Para fines operacionales, se ha hecho también referencia al grado de violencia doméstica y a crisis democráticas previas en la medición de esta variable en cada uno de los casos investigados.


Variables “de mediación”

También han sido incluidas en este estudio tres variables de mediación entre las instituciones y la sociedad. La primera de ellas es la fragmentación, que trata sobre el grado de dispersión del sistema de partidos, representada por el número de partidos en la parte baja o cámara única del Parlamento. La literatura apunta a la hipótesis de que los sistemas de partidos con un alto nivel de fragmentación (Weimar en Alemania) son más propensos al colapso democrático que los sistemas con baja fragmentación (los EE.UU.). El debate sobre la fragmentación es en gran parte responsable de definir el ámbito de los partidos y los sistemas de partidos. Desde Duverger (1954) y Lipset (1960), el recuento numérico de partidos y la consiguiente relación con la estabilidad democrática ha sido un foco central de gran parte de la literatura. Estos estudiosos, entre otros, como Neumann (1956) y Dahl (1971), percibían que el sistema de dos partidos era una condición necesaria para la estabilidad política. Incluso los estudiosos que sostienen que la fragmentación no conduce necesariamente a la ruptura de la democracia (es decir, que los sistemas fragmentados pueden ser estables) abogan por un moderado nivel de fragmentación en lugar de uno alto (Lijphart, 1977; Midlarsky, 1984; Rokkan, 1970; Sartori, 1976).

Una segunda variable es la polarización, que distingue entre los sistemas de partidos con un bajo grado de polarización (Australia) y los sistemas de partidos en el que un grado considerable de partidos políticos anti – sistema juegan un papel relevante (España antes de Franco). La mayor parte de la literatura nos lleva a la hipótesis de que sistemas de partidos altamente polarizados son más propensos al colapso democrático que los sistemas con baja polarización. La razón es que la polarización produce facciones extremistas o anti – sitema que pueden socavar la legitimidad del régimen, por lo general son excluidos del poder, y pueden impedir la formación de los gobiernos – limitando así la gama de partidos que tienen acceso al poder. El resultado final es la inestabilidad democrática (Daalder, 1971; Hazan, 1995, 1997; Ieraci, 1992; Lane y Ersson, 1987; Powell, 1986; Sani y Sartori, 1983; Sartori, 1976).

Otra variable dentro de la categoría de mediación es la inestabilidad gubernamental, que se refiere al grado de estabilidad del gobierno sobre la base de la durabilidad de las coaliciones de gobierno y de sus gabinetes, o ambas cosas. La literatura lleva a la hipótesis de que los gobiernos inestables, o regidos por coaliciones (Cuarta República Francesa), son más propensos al colapso democrático que los gobiernos estables (Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial). Por otra parte, la inestabilidad gubernamental también puede ser un indicio de una disminución general de la estabilidad como consecuencia de otros factores, algunos de los cuales constituyen otras variables en este estudio. La conexión entre la estabilidad del gobierno o de la coalición y el régimen suele ser examinada en el marco de estudios concretos y en la literatura en relación con el nivel de gobierno generalmente se evalúa la estabilidad de la relación en la dirección “contraria”, es decir, la influencia del régimen de gobierno en los atributos de la estabilidad (Dodd, 1976; Taylor y Herman, 1971). Por otra parte, la mayoría de los estudios sobre gobiernos o coaliciones y estabilidad están dedicados a la investigación de los atributos particulares de la coalición que conducen a la estabilidad o inestabilidad del gobierno per se, antes que sobre el sistema democrático en su totalidad (Axelrod, 1970; Blondel, 1968; Browne et al., 1986; De Swaan, 1973; King et al., 1990; Laver, 1974; Laver y Schofield, 1991; Laver y Shepsle, 1996; Sanders y Herman, 1977; Warwick, 1994).


Variables externas

Una variable que no encaja en ninguna de las tres categorías anteriores en este artículo es la participación extranjera, que se refiere a la implicación (o amenazas graves), de países extranjeros (u otros elementos) en la política interna. El poder explicativo de esta variable hace imprescindible su inclusión en cualquier análisis de colapso democrático. Se postula que los países que experimentan graves niveles de participación de las fuerzas extranjeras son más propensos a colapso democrático que aquellos con baja participación. La participación extranjera, en numerosos casos, ha sido el principal factor que ha puesto fin a un régimen democrático. Se excluyeron de nuestro examen, sin embargo, todos los casos de ocupación pura y simple, como en Francia y Noruega (1940), Polonia (1947), y Checoslovaquia y Hungría (1948). La literatura no ha abordado este factor en una comparativa, de manera analítica. Obviamente, hay casos, como la intromisión en los antiguos países comunistas del oeste, en el que la influencia extranjera resultó positiva. Determinado país o zona de estudios han incluido un debate sobre el papel de las fuerzas extranjeras en el colapso de la democracia, pero esta variable rara vez se ha incluido en los estudios comparativos que se centran en la estabilidad democrática (Fischer-Galati, 1992; Gasiorowski y Power, 1998).



(Siguiente parte: Resultados. En principio, se omite la parte de Metodología y casos de estudio- páginas 7 a 9 - para centrarnos en la información más relevante para el lector).

© 2005 International Political Science Association
SAGE Publications (London, Thousand Oaks, CA and New Delhi)

DOI: 10.1177/0192512105053787

1 comentario:

  1. Aplico lo mismo que lo dicho en el artículo siguiente de la serie.

    El otro no lo he leído, no tengo tiempo, pero este que si he leído casi todo, además, no estoy de acuerdo con el estudio.

    Una cosa es la estabilidad de la democracia en si, y otra es la estabilidad de un parlamento. Que los representantes se peleen no es algo que me preocupa, si son los ciudadanos los que tienen la batuta, que es de lo que se trata en la democracia.

    En cuanto a estos, la sociedad, es evidente que las crisis afectaran a todo el entramado social: gobiernos, relaciones entre la gente, etc. La solidez del sistema formal, que no aparece por ninguna parte en el estudio, es lo que habría que tener en cuenta.

    Sospecho que este estudio trata de los sistemas actuales, sin entrar a considerar si realmente hacen honor a lo que se pretende, la democracia. Es por lo tanto, fútil para el propósito que se persigue.

    Saludos

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